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Qué esperar de una clase de Armonización?

Poder trabajar con el propio cuerpo, conscientemente, es un gran privilegio que nos da la posibilidad de acercarnos de una forma muy simple, muy práctica, a todos los aspectos que tienen que ver con nuestro ser. Nos devuelve de una manera muy detallada y precisa, cómo estamos, cómo nos sentimos, dónde tenemos dificultades, cuál es nuestro fuerte, y cuál es nuestra “piedra en el camino”.

Empezando por la planta del pie, que además de ser nuestro contacto más íntimo con el ser vivo tierra -el planeta que nos sostiene-, es un mapa perfecto de cada órgano del cuerpo.

En el trabajo corporal de las clases de armonización trabajar los pies es fundamental, porque es el primordial apoyo de nuestro cuerpo físico durante el día. Renovar este apoyo durante la clase, primero dándonos cuenta cómo estamos parados, y luego cambiando los apoyos, ejercitando cambiarlos para abrirnos a nuevas posibilidades, ya que cómo nos paramos con nuestro cuerpo, refleja cómo nos paramos frente a la vida.

Buscamos nuevos apoyos en los pies, para abrir el abanico de posibilidades de cómo nos paramos.

Renovamos la respiración, la forma de respirar, para ampliar las posibilidades de sentir.

Es un trabajo minucioso, reinventamos los apoyos del esqueleto, de la cadera, la columna, la postura de los hombros, los omóplatos, la clavícula. Pasamos por abrir el pecho, por cerrarlo, para flexibilizar los músculos del chacra cardíaco, como una bisagra, y encontrar una forma más adecuada para nuestro momento actual. Porque no hay una forma correcta. O sí la hay, pero en un principio no es esa la finalidad, sino posibilitar el opuesto a la postura corporal que solemos adoptar, y todos los matices entre un extremo y otro. Buscamos cómo estoy más cómoda/o hoy. Y todo esto es un proceso, que se va dando muy fácil, porque el trabajo consiste en imitar los movimientos que el instructor sugiere, en ronda, pudiendo ver a los demás.

Se trabaja bailando, al ritmo de diferentes músicas, algo muy orgánico, lúdico, espontáneo.  Porque aprendemos mucho mejor en un ambiente distendido, y para relajar hay que saber cómo y tenerse paciencia.

Poco a poco, nos vamos sintiendo parte del grupo, sintiendo el uno, es más fácil soltar cuando se siente el apoyo de los demás, cuando podemos callar el eterno alerta, la guardia, el loro mental, que siempre juzga, critica, analiza y se defiende.

El espacio individual, el movimiento auténtico, también es necesario y tiene un lugar para reconocernos únicos, especiales, para ir integrando lo nuevo que aprendemos, que descubrimos, para identificar tensiones, posturas, mecanismos (lo mecánico) y para ir hacia adentro. Tener un momento íntimo con uno mismo, identificar una necesidad concreta, un deseo, un anhelo. El anhelo del alma, en ese momento.

Nos reordenamos, luego de un momento de relax, distendidos sobre el suelo, en contacto con la tierra, para concientizar como cambió la postura, el registro del cuerpo, las emociones, los pensamientos, el pensamiento sobre mí mismo, comparar el de cuando llegué a la clase, y el de ahora.

Y retomamos el movimiento para sentir cada parte del cuerpo, como algo nuevo. Para apoyar los pies en la tierra, la que nos une con todo y todos, como nace desde ahí la posición y el apoyo de las piernas, las rodillas, y eso define la postura de la cadera, desde la cual la columna se erige, y ella define con su espacio entre vértebras, la posibilidad de las costillas de hacer más espacio, para el plexo solar, para el centro cardíaco, para los omóplatos, como alas, para el movimiento de los brazos, desde la columna, para abrazar, para dar desde el corazón. Y seguimos la línea de la columna a su sostén de la cabeza, el gran maestro de los sentidos.

Uniendo cielo y tierra en nuestro ser, y comunicándonos desde el corazón con los demás.

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